Crónica del IV Rock & River Festival
Apabullantemente bueno. No se me ocurre mejor forma para definir lo de estos días en Puente Genil…el lugar donde el Diablo no compra almas, porque lo gasta todo en cerveza para quitarse la calor.
Cuando decidí que el Rock & River iba a ser mi primer festival de la temporada, inicialmente lo hice movido por la confianza que en mí despertaba la Organización de este evento. Montar un tinglado de este tipo en una localidad ajena al turismo veraniego y de refrigeración complicada, demuestra que la pasión prepondera sobre la prudencia y soy de los que creen, que es gracias a esta actitud que los aficionados podemos disfrutar de espectáculos impensables no hace tanto tiempo.
La confirmación del cartel no hizo sino corroborar este pensamiento. Luego, por motivos personales, el interés se convirtió en necesidad y esto recreció unas expectativas que, no obstante, se vieron ampliamente satisfechas. Por ello y una vez más, quisiera mostrar mi gratitud hacia Kike Urdiales y Joaco Rodríguez, que van encauzando a su criatura por unos derroteros que me son especialmente gratos.
Por un lado, se apuesta fuerte por los artistas nacionales y en esta edición nos han obsequiado con algunas de las mejores formaciones que uno puede encontrar en la actualidad, dentro de este apartado. Así, los afortunados que asistieron a la jornada inaugural, pudieron disfrutar con el buen hacer de The Blues Hackers, con José Morueta “Moru”, David Salas, John González y Joaquín Rodríguez “Joaco”, banda que muy pronto podremos ver también al norte de Despeñaperros, presentando su flamante proyecto discográfico «Change of Pace». El armonicista local hizo doblete al compartir escenario con Drink Team Returns, combo formado para la ocasión con músicos de larga trayectoria y currículo impresionante, como Juan Arias, Pepe Delgado, Chema Núñez y Joaquín Pérez, y que cerró esta primera tanda dando muestras del gran nivel que se iba a mantener durante todo el festival.
En la calurosa noche del viernes, el escenario Matallana fue tomado por tres propuestas en las que primó, además de una altísima calidad, la variedad estilística: el Blues acústico rebosante de buenas vibraciones de Coll & Costa, el directo contundente, optimista y bien engrasado de Travellin´Brothers y el Blues eléctrico ortodoxo y elegante de Suitcase Bros. Band. Todos ellos rayaron a gran altura y nos ofrecieron momentos únicos cuando no faltaron a esa sana costumbre de invitar a alguno de los muchos músicos que se encontraban entre el público: Adrián Costa aguantando como un campeón, el andamio al que se subían simultáneamente los Coll, Balaguer, Pobas y Joaco; el Blues arrastrado en el que los Travellin´ contaron con la armónica de Marcos Coll o los temas en los que Víctor Puertas nos sorprendió a todos con su exquisita forma de manejar el teclado, son varios ejemplos de esto que digo.
El día se cerró con una Jam en un Buddah abarrotado en el que, en el rato que pude disfrutar, el timón lo manejaba un gran José Morueta y por la que fueron desfilando Marcos Coll, Igor Prado, RJ Mischo (cantando espectacularmente, por cierto), Pobas, Chucho o el propio Joaco…Eso sí, allí fue donde más de uno comprendió que compensar el infernal calor de ese día a base de cervezazos, traería como consecuencia un difícil regreso al aposento, en el que pisarse las propias manos no fue tan raro según los comentarios generalizados, escuchados al día siguiente.
En lo que a los internacionales se refiere, creo que se ha optado por una propuesta no exenta de riesgo, pero que a mí personalmente me ha encantado: jóvenes artistas (sorprendente la suma de edades de Moss, Fletcher y Prado, por ejemplo) nuevamente con variedad de estilo, que satisficieron una demanda que lleva tiempo percibiéndose entre los aficionados a los que, además de las grandes leyendas del Blues, les interesa conocer lo que ha de aportar la nueva generación de músicos que se ha decantado por este estilo, tradicionalmente estigmatizado por la incertidumbre acerca del futuro.
El trío encabezado por el guitarrista brasileño Igor Prado y completado por su hermano Yuri (batería) y Rodrigo Mantovani (bajo y contrabajo), a los que se sumó el saxofonista italiano Simone Crinelli (sustituto del anunciado Dani Nel Lo, que se cayó a última hora por causa de fuerza mayor), abrió la jornada del sábado conduciendo magistralmente una Jam de caña y tapa, acertadamente programada en el climatizado y coqueto “Etiqueta Negra”. Tras demostrar su dominio del Jump Blues y un West Coast repleto de Swing durante una primera fase, en la que transmitió la sensación de estar todo el rato jugueteando con nosotros, se movió con soltura en palos más tradicionales y cercanos al Blues clásico de Chicago, Mississippi, Texas e incluso Louisiana, adaptándose a los invitados que fueron sumándose: Mingo Balaguer nos dio una primera ración de Sonny Boy Williamson que nos dejó a punto de caramelo para que el mismísimo Miller se apareciera ante nosotros, transfigurado en la persona de Rafa Sideburns. Sin duda, todo un descubrimiento para mí este hombre que no solo sopla y canta como uno de mis ídolos de siempre, sino que se mete en su papel de tal manera, que ya le estoy buscando el bombín que en tan buena lid se ha ganado. Al reparto de soplidos se sumó David García, con ese envidiable gusto que él tiene y que aunque lo niegue, me sorprendió gratamente por como cantó. También muy destacado Kid Carlos, otro que rebosa empuje, progresa con su instrumento como sólo lo hacen los jóvenes enganchados con un aprendizaje y es otra demostración de que nos quedan muchos años para disfrutar con esta música, que no será nuestra pero la sentimos como tal.
El programa continuó en la Sala Cultural Matallana (espacio que ha albergado durante estos días las exposiciones “La Mujer y el Blues”, “Carteles de Blues”, “Micrófonos vintage” y “Armonicas Hohner” y un Seminario de Slide Guitar a cargo de nuestro Tabernero, Chema) con una Master Class impartida por RJ Mischo y Kirk Fletcher, para provecho de un nutrido grupo de asistentes entre los que no me conté. Y es que la ingesta de cervezas y el placer acumulado durante la Jam matutina acabó por conducirme a la inevitable Jam portátil. Esta se desarrolló en Casa Antoñín y en ella pudimos quitarnos el vicio (con distinto grado de acierto, todo hay que decirlo) los que hasta ese momento habíamos asistido desde el respeto y el susto a las evoluciones de los profesionales. Azul, Toni Mill, Nacho, Román, Big Alberto, Pobas, José Luis Naranjo, Malasideas, Chucho, Azote, el que aquí escribe y los que me dejo por la mala memoria, echamos el acostumbrado rato de risas y elixir bluesero, que tampoco suele faltar en estos festivales que tanto tienen de convivencia fraternal.
La traca final se quemó en el Teatro al Aire Libre Los Pinos, una especie de anfiteatro que me gustó por lo recogido y al que llegué justo a tiempo para ver a los “jugones” de la Igor Prado Band rematar su partido, antes de dejar paso a Nick Moss & The Flip Tops, a los que acompañaba el guitarrista californiano Kirk Fletcher. Reconozco que mi predisposición para ver a Moss me hizo superar rápidamente un sonido que no era el mejor, desde luego, y en el que según opinión de gente que de esto sabe más que yo, el de Chicago tuvo buena parte de culpa. Sinceramente, no me importó. Para mí estuvo descomunal y no porque sus brazos parezcan muslos y sus manazas evoquen bofetadas de dimensión épica, sino porque Moss y sus multi-instrumentistas Flip Tops (todos tocan al menos tres instrumentos) me tendieron una celada de la que no puedo, ni creo que pueda, escapar nunca: Blues chicaguero guarro, denso, malencarado y con un punto macarra. Contundente, con una rítmica de maquinaria pesada sobre la que las guitarras repartían sin compasión, fraseos que para mi resultan hipnóticos. El Blues de maestros por tiempo olvidados como Magic Sam, Magic Slim, Eddie C. Campbell, los dos Luther “Guitar” Johnson, Lefty Dizz, Lurrey Bell, Willie Kent, Alabama Jr. Pettis, el grandísimo Jimmy Dawkins…Ese Blues de tugurio que mantuvo vivas las tradiciones del South y West Side durante épocas nada propicias. Un Blues que, definitivamente, me entusiasma.
Para contrarrestar la desmesura de Moss, que se atrevió incluso a “guarrear” un palo ya de por si sucio como es Hound Dog Taylor (cuando tomó el slide, no pude evitar pensar en que para el caso, también le hubiera servido una cañería de plomo o lo que es peor, una bombona de butano) estaba Kirk Fletcher. Este intentó cumplir con su misión siendo fiel a su estilo tejano de ascendencia netamente BBKinera, mucho más limpio y preciso que el de el gigantesco Nick, lo que gustó mucho a unos y supo a poco a otros. A mi sinceramente no me disgustó, pero el contraste tampoco terminó de enamorarme.
Los que si me engatusaron fueron “Piano” Willie Oshawny, el teclista que parecía escapado de un tebeo de F. Ibañez y que tuvo varias intervenciones bastante meritorias y Gerry Hundt, especialmente cuando cambió el bajo por la mandolina, instrumento que también forma parte de la tradición sonora del Blues y por el que ha sido nominado a los Blues Music Awards en su última edición.
Prácticamente sin solución de continuidad, RJ Mischo apareció sobre el escenario para tomar las riendas de una banda en la que el único cambio consistió en que Moss tomó el bajo (instrumento con el que se formó en bandas como la de Jimmy Dawkins y Jimmy Rogers) y Gerry Hundt la guitarra. Esto despistó a más de uno, pero a mi me pareció un acierto. El armonicista y cantante formado en Minneapolis y afincado en la Costa Oeste, atemperó la dureza de los chicagueros con su buen hacer al soplo, técnico y elegante, conduciendo el espectáculo hacia terrenos menos escabrosos, en los que creo que Kirk Fletcher lució más.
Finalmente, Igor Prado y sus muchachos se sumaron a un fin de fiesta en el que se entremezclaron los distintos estilos disfrutados hasta ese momento y en el que Joaco Rodríguez fue invitado para darse el homenaje que sinceramente creo que merecía por haber alumbrado, junto a su compadre Kike Urdiales, este festival del que tanto hemos disfrutado los aficionados desplazados desde diversos puntos del país.
No quisiera finalizar esta crónica sin destacar dos aspectos no estrictamente musicales que me han resultado especialmente agradables. Por supuesto, el gran ambiente que se respiró en todo momento, en el que la camaradería primó tanto entre los que ya nos conocíamos como entre los que nos acabábamos de conocer allí mismo. Como no dejé de comentar, da gusto encontrar tanta gente con la que hablar en un idioma que con tanto empeño intentamos aprender. Un idioma que ha tenido como catedrático durante años, al presentador de este evento: Jorge Muñoz “Maki”. Poder agradecerle en persona lo mucho que se le debe, ha sido otro de los grandes alicientes que ha tenido este IV Rock & River Blues Festival.
Un festival definitivamente inolvidable.
Fotografías de Nacho Muñoz