El Hondarribia Blues Festival ha confirmado en esta su IV Edición que, tanto por afluencia de público como por calidad de género ofertado, hoy por hoy es el principal evento bluesístico del Norte peninsular y uno de los referentes obligados del estilo en todo el estado. Sin duda, este es el fruto del arduo trabajo realizado en estos años por sus organizadores, que han ido sumando apoyos por parte de instituciones y patrocinadores, gracias a un proyecto serio y bien fundamentado. En esta ocasión, el plantel de bandas con el que se ha contado ha permitido elaborar un cartel variado, que satisfaciendo al aficionado más exigente, también ha seducido al no tan conocedor del género pero que gusta de un espectáculo musical de calidad.
Desde mi perspectiva de bluesero impenitente, he de confesar que en esta ocasión he visto un poco de todo: desde los que cumplieron con las expectativas previas, hasta los que las superaron con creces, pasando por los que no resultaron ser para nada lo esperado.
Como es costumbre, el telón se alzó en la fiesta de bienvenida y presentación que se celebró en el Hotel Río Bidasoa, uno de los escenarios clásicos del festival, deslucida en esta ocasión por una climatología caprichosa en la que la lluvia se hizo finalmente dueña de la situación. No obstante, mientras esta nos dio tregua pudimos comprobar varios aspectos. Primero, el creciente interés que este evento despierta, ya que la asistencia a este acto fue muy superior a la de años anteriores. Segundo, la profesionalidad y solvencia del trío italiano Donnie Romano Band, que abrió el fuego para luego ser el firme apoyo con el que contaron R.J. Mischo y Sonny Rhodes. Y tercero, la buena disposición de estos músicos para que todo saliese a pedir de boca. R.J. Mischo ofreció una degustación de los platos que serviría al día siguiente en el Escenario La Benta y cuyos ingredientes primordiales vienen siendo la técnica exquisita, el amplio conocimiento y el gran gusto al combinar, con extraordinaria personalidad y envidiable saber estar, las tradiciones armonicistas de Chicago, Texas y la Costa Oeste. Por su parte, Mr. Rhodes se mostró en todo momento cercano y asequible, yo diría incluso que entusiasmado por participar en un evento de estas características y deseoso de agradar a un público, al que ya había engatusado con su carácter afable, su venerable aspecto y su llamativo traje fucsia, sombrero morado y zapatos a juego incluidos. A pesar del chaparrón que se cernía inminente, el tejano de Smithville se subió al escenario para desgranar una primera tanda de blues en la mejor tradición tejana y que, desde su personal estilo, evocó a maestros como T-Bone Walker, Gatemouth Brown y Albert Collins. Tras una interrupción pasada por agua, no se hizo de rogar y nos deleitó con una de sus señas de identidad, el Blues interpretado con Lap Steel Guitar. Pese a que el chubasco decidió sumarse definitivamente a la fiesta para finiquitarla, Rhodes no tuvo problema en mojarse y solo dio por finalizado el tema cuando lo hubo rematado a su gusto.
El segundo acto, el más jugoso a mi entender para los que viajamos a la bella localidad guipuzcoana llamados por el Blues más ortodoxo, se inició con las mismas malas perspectivas atmosféricas que nos despidieron el jueves. Sin embargo, no fue la climatología (solucionada definitivamente a media tarde) la que canceló la actuación de Ian Siegal prevista en el escenario Azken Portu, sino la incomparecencia del británico que al parecer perdió su vuelo. Esto no es tan sorprendente cuando se le conoce y se hace patente su tendencia a perder cosas como la compostura, la consciencia y el equilibrio…que se sepa.
Así pues, fueron Edu Manazas & Whiskey Train los encargados de abrir lo que no dudaría en calificar como una de las jornadas blueseras más memorables que jamás disfruté. Los madrileños estuvieron a la altura de lo que de ellos se esperaba, pues para eso son una de las bandas más consolidadas y con más solera del panorama nacional. De todos es sabido el nivel guitarrístico del Sr. Manazas, pero aún sorprende esa extraordinaria voz que, más que de sus cuerdas vocales, parece proceder de otro tiempo y lugar. Los Phineas Sanchez, Oskar Gonzalez y Armando Marcé, funcionaron a su vez como la maquinaria bien engrasada que son y D. Eduardo fue desarrollando ese repertorio de versiones que hace absolutamente personales, con la solvencia y buen hacer con el que nos tiene acostumbrados. Un preludio más que adecuado para ir caldeando el ambiente y preparando al público para el que sería el plato fuerte, no sólo de la jornada, sino de todo el festival: “Chicago Blues: A living History”.
En primer lugar habría que destacar que esta no es en absoluto la habitual Blues Revue, en la que un grupo más o menos compensado de viejas glorias, interpreta una serie de estándares a veces demasiado trillados. No, definitivamente “Chicago Blues: A living History” es otra cosa: un espectáculo bien concebido y sólidamente cimentado a partir del disco homónimo producido por Larry Skoller, que me gustó sobremanera por su carácter didáctico y ejemplarizante. Un ambicioso proyecto que muestra de forma amena y dinámica, las distintas variantes que el Blues de Chicago ha ido engendrando a lo largo del tiempo, a través de temas emblemáticos de grandes estilistas del género y sin caer en el recurso fácil del abuso del estándar, lo que francamente es muy de agradecer. Si la elección del repertorio es acertada, todavía lo es más la de los músicos encargados de ejecutarlo. Billy Boy Arnold, John Primer, Billy Branch y Lurrie Bell no solo son cuatro figurones en un excelente estado de forma, también son un enlace directo entre la tradición y el presente del Blues de Chicago, porque en buena medida han sido protagonistas de la evolución de este en las últimas 5 décadas. Y en cuanto a la banda seleccionada para arroparles en su misión, no imagino una que cumpliese mejor con su trabajo, por su calidad, versatilidad y dominio de las distintas variantes de Blues que interpretaron. Tanto el joven pero veterano pianista Johnny Iguana (Junior Wells, Eddie Shaw, Otis Rush, Koko Taylor, Carey Bell, Byther Smith, etc), como el polifacético guitarrista Billy Flynn (Jimmy Dawkins, Snooky Pryor, Little Smokey Smothers, Easy Baby, Mississippi Heat y un larguísimo etc.) y por supuesto, esa arrolladora sección rítmica formada por Felton Crews al bajo y Kenny “Beedy Eyes” Smith (a día de hoy el mejor batería de Blues chicaguero…y lo mismo me quedo corto), se movieron con absoluta soltura, precisión e inspiración, en todos y cada uno de los palos interpretados. Mencionar que también se contó con la presencia del armonicista Matthew Skoller, que además de presentar el espectáculo, aportó su ración de clasicismo en algún que otro tema. En un viaje que nos llevó desde los años 40 hasta la actualidad, estos músicos fueron combinándose en todas las variantes posibles: solistas, dúos, tríos, cuartetos, quintetos…hasta el apoteósico final con todos sobre el escenario.
De lo mucho y bueno que hubo, destacaría el Boogie woogie a la Big Maceo Merryweather con el que Johnny Iguana abrió el espectáculo; la escalofriante interpretación que Billy Boy Arnold hizo del “My Little Machine” de su primer maestro, John Lee “Sonnyboy” Williamson; el propio Arnold rememorando su éxito de 1955 “I wish you would”; el paseo por el South Side de la mano de un extraordinario John Primer al slide, tanto por Muddy Waters como por Elmore James; la sencillamente lacrimógena, por emotiva y arrastrada, revisión del “My love will never die” de Otis Rush a cargo de Lurrie Bell; los sonidos más modernos y cercanos al funky de los que el propio Bell y Billy Branch son pioneros y sobre todo, la interpretación que a dúo hicieron de su tema de 1977, “The Berlin Wall” y en la que Lurrie Bell ganó, a golpe de pulgar, que su foto aparezca en las enciclopedias junto a la definición del término “Chicaguero guarro”.
Si bien no puede reprocharse que la duración de este show fuese inadecuada en el contexto de un festival (casi hora y media), a muchos de los presentes se nos hizo demasiado corto y cuando aquello culminó, con el elenco al completo interpretando «The blues had a baby and they call it rock and roll», al menos yo tuve la sensación de despertar de uno de esos sueños que me gustaría retomar una y otra vez. En resumen, un maravilloso espectáculo que quedará grabado en nuestras retinas, como uno de los mejores (si no el mejor) que hemos podido disfrutar en nuestro país en los últimos años.
Con el listón situado a una altura estratosférica, parecía harto complicado que se pudiera mantener semejante nivel de calidad y emoción. Sin embargo, en lo que calificaría como un gran acierto de programación, tras la lección magistral de los doctos chicagueros vinieron dos catedráticos como R.J.Mischo y Sonny Rhodes, para impartir su parte de temario bluesero no menos grato e interesante. Nuevamente hay que destacar la profesionalidad del trío transalpino Donnie Romano Band, que supo llenar un escenario de considerables dimensiones como si se tratase de una banda mas numerosa y que con sus primeros temas, inspirados en el sonido tejano más contemporáneo, dieron el golpe de timón adecuado para situarnos en los terrenos que habrían de transitar los siguientes músicos en intervenir. R.J. Mischo se mostró como el gran armonicista que es, probablemente el mas representativo junto a Mark Hummel y Gary Smith de la escuela californiana que tiene sus principales referentes en Rod Piazza y William Clarke, sin olvidar por supuesto a los clásicos como George “Harmonica” Smith. Además de demostrar su técnica exquisita, sacándole todo el partido posible a la armónica diatónica con dosis de virtuosismo asimilables, se hizo patente su dominio del escenario, su buenas dotes de cantante y, como en el aperitivo del jueves, su habilidad para combinar con gran gusto variantes estilísticas que conoce a la perfección.
No tardó mucho en subir a escena Mr. Sonny Rhodes, esta vez enfundado en una diablesca levita encarnada, para confirmar algo que ya vislumbramos en la presentación del festival: a sus 68 años, el Sr. Rhodes quiere reivindicarse como el gran bluesman tejano que es y que por motivos que se me escapan, no ha alcanzado hasta hace relativamente poco tiempo el reconocimiento que por su jugosa y dilatada carrera merece. Si en la sesión del jueves la lluvia a duras penas le obligó a bajar del escenario, esa noche ni con agua caliente lo hubiéramos conseguido. Tras unos primeros temas en los que tocó su Strato, igualmente encarnada, tomo la Lap Steel y ahí es donde estuvo gustándose, enlazando temas que hicieron las delicias del personal, incluyendo a un Billy Branch que ejercía de forofo desde el foso. Como no podía ser de otra manera, el armonicista acabó sumándose al cotarro y ambos nos deleitaron con un mano a mano memorable que nos encaminó hacia el final de una jornada, en la que más de uno de los intervinientes acabó con los bolsillos llenos de público.
Bajo un sol espléndido, iniciamos el sábado con la sensación de que difícilmente podríamos alcanzar las cotas de éxtasis alcanzadas el viernes, pero con la buena disposición de disfrutar de lo que el día nos ofreciese, empezando por los deliciosos manjares que degustamos los afortunados que pudimos asistir a la comida ofrecida en el Hotel Río Bidasoa, amenizada por Tota Blues Band. He de confesar la admiración que me produce ver los enormes progresos de esta banda en su empeño de recrear con la mayor fidelidad posible, los sonidos de una época dorada para el Blues como son las décadas de los 40 y 50. En esta ocasión, la banda estuvo formada por un Rodrigo Villar que me encantó a la batería, un Martín J. Merino solvente al bajo (pero al que se le iban los ojos tras las guitarras), una Miriam Aparicio que dejo nuevamente constancia de su elegancia al acariciar las teclas, un Tota que crece a ojos vista como armonicista y cantante, y el que ha sido uno de los tapados del festival, Oscar Rabadán, que repartió tejanadas de placer siguiendo con paso firme las huellas dejadas por maestros como Guitar Slim y Johnny “Guitar” Watson, sin olvidar al más cercano Jimmie Vaughan. Pero lo que me cortó definitivamente la ingestión, fue la inevitable jam iniciada por el siempre grande Mingo Balaguer y por la que fueron desfilando músicos de las formaciones de John Mayall e Ian Siegal. Sin duda, este último fue el bombazo de esta sesión cuando, escoltado por sus impresionantes tatuajes de Muddy Waters y Howlin´Wolf, se lanzó a interpretar un “Long Distance Call” brutal y en el que a falta de slide, uso primero una botella de litro y medio (porque garrafas no había) y luego un vaso de tubo, para enloquecimiento generalizado de los comensales.
Con estos antecedentes y tras el Meet & Greet, en el que John Mayall dio muestras de su carácter un tanto huraño y esquivo, dirigimos nuestros pasos hacia la Plaza del Obispo deseosos de que Ian Siegal nos obsequiase con más de lo mismo, cosa que no sucedió. Fiel a sí mismo cuando se define como músico de Rock & Roll, ofreció un repertorio ecléctico basado en la música de raíz americana y en el que repasó temas de, entre otros, Johnny Cash, Bo Diddley, Junior Parker y Tom Waits (para delirio de alguno), todos ellos muy bien ejecutados y en los que además de destacar sus facetas de cantante y guitarrista, hay que hacer mención especial a la labor de Andy Graham al bajo y especialmente, Nikolaj Bjerre a la batería. Aunque a decir verdad, este planteamiento dejó algo fríos a los que esperábamos otra cosa, el inglés aún guardaba un as en la manga, que mostraría más tarde.
Sin embargo, hasta que llegase ese momento, todavía teníamos que asistir a la clausura del escenario La Benta, absolutamente abarrotado por la presencia de John Mayall y sus Bluesbreakers. La difícil papeleta de abrir para esta auténtica leyenda del Blues-rock británico, le tocó en suerte a los vallisoletanos Bluedays a los que, como es mi sino, me perdí por lo apretado del programa. Me cuentan no obstante, que cumplieron satisfactoriamente con su cometido, cosa que no dudo sabiendo de su experiencia y profesionalidad.
De la actuación del “Padre del British Blues”, al que como tal se le rindió homenaje con la entrega del Premio Blueshondarribia, solo puedo decir que se ciñó a lo que de él se esperaba. A sus 76 años, Mayall se encuentra en una forma física aceptable y defiende dignamente un repertorio en el que intercala temas propios y alguno de esos clásicos que muchos conocimos gracias a él (“Hideaway” o “All your love”, por ejemplo). No puede negarse que se empleó para agradar al numerosísimo público que se dio cita para verle e hizo gala de su faceta de multiinstrumentista, tocando teclado, guitarra y armónica, aunque con ninguno de estos instrumentos haya sido nunca especialmente virtuoso. En cuanto a su peculiar voz, no desentonó a pesar del correr de los años. Respecto a los Bluesbreakers, pudimos ver de nuevo al teclista Tom Canning pero no al guitarrista tejano Buddy Whittington, al que Rocky Athas no consiguió hacerme olvidar. En la sección rítmica destacó el bajo de Greg Rzab y aunque me entristeció un poco que la batería no fuese ocupada por Joe Yuele, uno de los músicos que más años ha pasado en la banda, no puede decirse que su sustituto Jay Davenport desentonara en absoluto. Sinceramente, no creo que nadie que esté al tanto de la trayectoria de Mayall en los últimos tiempos, pudiera sentirse defraudado por su participación en este festival.
La clausura del escenario La Benta corrió a cargo de los louisianeses Dwayne Dopsie & The Zydeco Hellraisers, que pusieron un punto final festivo y desde luego enloquecieron al personal con su trepidante y decibélico espectáculo, aunque particularmente no me convenció nada tanta exaltación del lavado a mano en la que apenas se distinguía un atisbo de Blues.
Mientras, Tota Blues Band intentaba coordinar una Jam en el Pub Uxoa que, aunque empezó bien con la presencia de Mingo Balaguer emulando a Billy Boy Arnold y su “I wish you would”, acabo teniendo que ser reconducida a bolo, en parte por lo atestado del local, en parte por la extraña concepción del Blues que tenía alguno de los participantes.
La última jornada del festival, mas relajada por ser dominical, nos permitió disfrutar del bello entorno, la exquisita gastronomía y la magnífica compañía, para rematar la tarde asistiendo a la actuación de los Bluedays en la Pza. del Obispo, un escenario que compensa su complicada acústica con su privilegiada ubicación dentro del casco antiguo. Ante un público en el que destacaba la presencia de abundante chiquillería, los pucelanos desarrollaron su variado repertorio, basado en su último Cd, “Una Noche LLantén”, demostrando que son una banda dinámica, altamente compenetrada y elegante, que además destaca por la gran calidad humana de sus componentes.
Pero este Blueshondarribia todavía había de depararnos emociones de las fuertes. La fiesta de despedida la inició Jose Mª Rey, con la puntualidad que ha caracterizado a todos los actos del programa. El locutor de Radio 3, ejerció de DJ y durante un buen rato amenizó al personal que se daba cita en el Pub Uxoa, con una acertada selección de temas bailables en los que intercaló Soul, Funk y R&B. Un buen entrante para lo que vino después y que fue uno de los grandes “pelotazos” de todo el festival.
Lo que inicialmente se preveía como una Jam, comenzó con un bolo en toda regla de Ian Siegal y su magnífica banda. Decir que el británico se presentó con la pierna derecha escayolada de rodilla para abajo, debido a la fractura de tibia y peroné que le causó una inoportuna caída sufrida la noche anterior en el backstage y de la que pudo salir peor parado, a tenor de la altura de la que cayó. Esto no fue en absoluto impedimento para que el inglés se mostrase en todo su salvajismo interpretando con una contundencia inaudita, un Blues sucio y macarra (acentuado por esa estética de Mickie Rourke que gasta), provocador, obsceno por momentos (el Mannish Boy enlazado a Hoochie Coochie Man que se clavó, tenía tres rombos por lo menos), resudado de Varon Dandy mezclado con Jack Daniels y gasolina de 95, con su plomo y todo. Una barbaridad que a mas de uno nos sacudió las entrañas y que hizo bien en no mostrar en la Plaza del Obispo, que había niños y no hubieran dormido en una semana. Hasta el propio Siegal se olvidó de que iba escayolado y salió de allí andando como si tal cosa, para volver al escenario después, primero con Dwayne Dopsie & The Zydeco Hellraisers (que la volvieron a liar parda) y después con Tota Blues Band, con los que se acopló nuevamente a la perfección. Para mi gusto, fue el colofón perfecto para un festival que de seguir así, no tardará en salirse del mapa.
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