Llegar a Hondarribia no es tan difícil cuando a uno le guían las ganas y le empuja el deseo de disfrutar del Blues (esa enfermedad que en lugar de matar, insufla vida) en compañía de grandes amigos. Incluso puede tomarse un “atajo” que pasa por uno de los hogares más blueseros y hospitalarios del país, allá en Cantabria, de donde se parte con los tanques llenos de combustible azul.
No, lo difícil no es llegar a Hondarribia.
Lo realmente complicado es abandonar aquella maravillosa tierra, después de haber vivido una experiencia inolvidable gracias a nuestra música y, sobre todo, gracias al esfuerzo del apasionado impulsor de este evento y de su familia, que lo han hecho posible, una vez más. Y es que esta II Edición del Hondarribia Blues Festival ha venido a confirmar lo que ya intuimos tras la primera entrega: que este es un proyecto impulsado por la pasión por el Blues, inspirado por el afán de darlo a conocer y regido por un criterio que antepone la calidad a otros parámetros, quizá más rentables a priori. De continuar por este camino, y es opinión personal, el Hondarribia Blues Festival seguirá acaparando papeletas para convertirse en el referente del Blues en el Norte peninsular y, por qué no, en uno de los eventos más atractivos para músicos y público, de este viejo continente. Si digo esto es porque el entorno privilegiado, el ambiente distendido, cercano y familiar, la buena disposición de los hondarribitarras y de los visitantes veraniegos y sobre todo, el saber hacer de nuestro Carlos «Napalm», que se ha ganado a pulso el apoyo institucional y privado con un proyecto más que serio, así me hacen pensarlo. Bueno…todo eso y un detalle, no menos importante: todos los músicos participantes en esta edición, manifestaron sin reparo que repetirían en el futuro, si tuvieran oportunidad, después del trato y acogida que recibieron.
Y ya sin más preámbulos, vamos al tema.
Tras llegar en la tarde del viernes y tomar posesión de nuestro alojamiento, con el tiempo justo para descansar y quitarnos el polvo del camino, el mambo comenzó puntualmente en el escenario Azken Portu, situado al final de un paseo repleto de tascas donde degustar los ricos “pintxos”, con los barceloneses Suitcase Brothers. Ciertamente, los hermanos Pere y Víctor Puertas demostraron ser uno de los dúos que con mayor acierto y conocimiento recrean uno de los estilos de Blues menos trillado, el del Piedmont, interpretando viejos temas con un dominio de la materia que nos hace pensar que el viejo John Henry, quizá se apellidase Doors. Su música con fuerte aroma rural, obtuvo la buena acogida de un público al que sorprendió el mucho jugo que puede sacarse a una armónica y una guitarra, cuando los que las manejan son dos absolutos creyentes de lo que hacen. Particularmente, me impresionó la convicción con la que canta Pere y por supuesto, las diabluras de Víctor al soplo. En lo suyo, de lo mejor que se puede escuchar actualmente. Por desgracia no pude asistir al final de la actuación, pues obligaciones previamente contraídas reclamaron mi presencia en el escenario principal. De camino, tuve la fortuna de conocer a Aitor Querejeta, el “Munícipe por Antonomasia”, persona cercana y afable al que esperemos respeten las puñaladas de la política, porque además de buena gente, se le ve convencido y deseoso de dar continuidad a este evento.
La nueva ubicación del escenario principal, al final del paseo marítimo, ha supuesto una serie de mejoras innegables en cuanto a espacio, acústica y atracción de público…una vez en marcha las actuaciones. Porque precisamente el inconveniente que ha conllevado este cambio de lugar ha sido que, al no hallarse al paso de los numerosos transeúntes que a esas horas suelen recorrer el centro de la villa, hubo que llamar la atención de estos y esa labor fue desempeñada con oficio por la Chicago Botanic Garden. Esta banda local, formada a raíz del festival, cumplió y ofreció una actuación muy digna que sirvió para ir caldeando el ambiente, mientras en la carpa comenzaba a congregarse el público expectante y se producía el anhelado encuentro de los foreros tabernarios que allí nos dimos cita. Es notorio que el Blues no es el “palo mayor” de esta banda y precisamente por ello, es de agradecer su esfuerzo y el hecho de que se acercaran a él con respeto y esmero. En definitiva, cumplieron a la perfección con la misión encomendada y así hay que decirlo. Bien por ellos.
El grueso de las actuaciones del viernes dio comienzo con los sevillanos Mingo & The Blues Intruders, que con su espectáculo pleno de ritmo y energía, echaron por tierra el tópico que asocia Blues con tristeza. Grandes, pequeños y medianos pudimos disfrutar de un buen rato de un West Coast muy bailable, con una elegante puesta en escena, soportado por una sección rítmica simplemente perfecta, con un Quique Bonal preciso y gustoso en todas sus intervenciones con la guitarra y con un Mingo Balaguer que no solo demostró por qué es uno de los armonicistas básicos del Blues nacional (estuvo extraordinario rememorando a grandes maestros como Rice Miller y Little Walter) sino que también sorprendió por la eficacia con la que cumple su nueva faceta de cantante.
Un gran show que elevó nuestra temperatura y que en nada desmerece a las bandas que desde el otro lado del Atlántico nos llegan, practicando este estilo que, nadie puede negarlo, es el que con más fuerza se impone en los últimos años.
Tras la elegancia de estos hispalenses, le llegó el turno a los vizcaínos Travellin´Brothers. Sin duda uno de los directos más contundentes, que no ruidosos, de todo el estado. Haciendo honor al galardón de “Mejor Banda de Blues Euskaldun” otorgado por el “Diario Vasco”, nos deleitaron con una actuación llena de energía en la que repasaron su último disco “From the Road”, además de clásicos de su repertorio como ese “Hoochie Coochie Man” que cantan, como sólo pueden cantarlo unos bilbaínos de pro como ellos. Si bien es cierto que todo el concierto rayó a una altura espectacular, yo destacaría especialmente los dos temas en los que invitaron a sus predecesores en el escenario. Un “arrastrao” en el que las guitarras de Aitor Cañibano y Quique Bonal dialogaron, se cruzaron y nos conmovieron por lo bajo, y un tema movido con Mingo soplando de forma arrolladora y que nos lanzó tan alto, que algunos vimos lo que hay más allá de Irún. Nuevamente estos Travellin´, personas encantadoras y humildes todos ellos, nos demostraron que en el Blues la fuerza del conjunto siempre consigue más que las individualidades, por muy virtuosas y pirotécnicas que estas sean. Allí mismo comenté con algunos amigos la mucha tela que tiene para cortar cualquiera de los temas de esta banda, ya que escuchando con atención, se puede percibir como cada uno desempeña a la perfección su labor, que sumada a la de sus compañeros, da como resultado un sonido “a bloque” digno de elogio. Los temas en los que se agregó la sección de vientos, no hicieron sino corroborar esta apreciación. Manteniendo estas virtudes, como creo que las mantendrán, no sería de extrañar que estos hermanos sigan viajando con su Blues de raíz tejana, cada vez más y más lejos.
Para cuando se cerró la jornada en el escenario principal y me pude llegar hasta el Uxoa, Txus Blues y José Bluefingers ya llevaban un buen rato sobre las tablas con su espectáculo, que a decir verdad, no contó con la colaboración de un público más ocupado en aliñarse el torrente sanguíneo, que en prestar atención a las cuidadas y humorísticas letras de este par de elementos bluesero-subversivos. Sin embargo, el comportamiento del dúo catalán fue intachable y demostraron su profesionalidad a pesar de los elementos, no precisamente meteorológicos. Espectacular su cierre con esa “Armónica Lewinski” en la que Txus Blues, tras un largo solo lleno de virguería, acabó soplando con las manos en la nuca para asombro de los que llegamos a verlo. Afortunadamente, su actuación del día siguiente en el escenario Azken Portu, al aire libre y mucho más adecuado para este tipo de propuestas, sí que obtuvo la respuesta del público y esto sirvió para compensarles del cierto regusto amargo que les quedó el viernes.
Y tras un rato de amena charla con unos y con otros, los hermanos Marx del Blues regresamos al Hotel, donde libamos el néctar melado para acompañar unos ricos “sobaos” y quedarnos bien ídem, mientras de fondo sonaba un “palo viejo” a cargo de Octavio Cortes.
El sábado amaneció un día radiante de sol y calor, para que luego digan otra cosa del tiempo de por allí, y eso vino de perlas para cumplir con la agenda de esa jornada, que venía repleta de actividades de lo más interesantes. De camino al Hotel Rio Bidasoa, donde estaba programada la comida y entrega de premios, encontré al comando cántabro, reforzado con su fichaje teutón Horst (que no Germán). Según me contaron, la camisa todavía no les llegaba al cuerpo después de haber quedado encerrados durante un buen rato en uno de los ascensores de dicho Hotel…cosa que no me extraña, pues estos son blueseros de mucho peso.
De la comida, a la que asistimos un centenar aproximado de privilegiados, pues qué decir: hasta que me distraje, me pareció exquisita. Pero es que precisamente distracción no faltó. Además de la actuación de los Suitcase Brothers, allí estaba al completo el cartel de este Festival y claro, hubo que presentarle nuestros respetos, que son muchos, a dos figuras tan legendarias y risueñas como Hubert Sumlin y Willie “Big Eyes” Smith. Impresionado por el hecho de conocerlos y poder agradecerles personalmente el mucho placer que han proporcionado a los amantes del Blues, no reparé en la presencia de Janiva Magness hasta que escuche su voz. Ni que decir tiene que, en cuanto estreché su mano, mi rodilla derecha se resintió y tuvo que apoyarse en tierra.
Tras la entrega de premios a Hubert Sumlin por toda su carrera y a los Travellin´ Brothers como mejor banda de Blues de Euskadi, estos subieron al escenario para deleitarnos con algunos de sus temas y la cosa acabó en una improvisada jam, por la que fueron desfilando prácticamente todos los músicos nacionales allí presentes, y que tuvo momentos de grandísimo nivel. Cuando finalmente nos desalojaron del comedor (porque si no nos echan, allí seguimos) y mientras algunos esperábamos a la sombra la hora de la Master Class, se produjo una escena que difícilmente olvidaremos los que tuvimos la gran suerte de contemplarla: Willie “Big Eyes” Smith soplaba una tonada con su armónica desde una de las ventanas de la primera planta, creo que más para él que para nadie. Este hombre no será un virtuoso de este instrumento…pero la profundidad de aquellas notas que producía con una economía llena de sabiduría, nos llegó muy hondo. Imaginé que esa profundidad debía proceder del hecho de que ese señor de 70 años, que se había criado en una de las zonas del Delta más frecuentadas por los grandes bluesmen de los años 30 y 40, probablemente siendo un zagal ya andaría trasteando con lo que cayera a su alcance, para tratar de emularlos…Con la que estaba cayendo y yo otra vez con los pelos como escarpias.
De la Master Class a cargo de Bob Margolin y el propio “Big Eyes”, lo primero sería destacar la masiva afluencia de público, que abarrotó e incluso superó por momentos la capacidad del recinto habilitado para ella. En esta ocasión, Margolin utilizó una flamante “Gold Top” para evocar los sonidos más añejos del Chicago Blues de Muddy Waters, porque no olvidemos que este es un apóstol, que predica de palabra y sobre todo, de obra. Explicó conceptos básicos sobre el lenguaje de llamadas y respuestas en el Blues, como el backbeat y recordó anécdotas de sus primeros tiempos en la banda de Muddy Waters y de la impresión que este le causó. Por supuesto atacó varios clásicos del repertorio del “Gran Hombre” como “Long distance call”, “She´s nineteen years old” y… no me pregunten más, porque nuevamente me tuve que salir a la calle a media lección. Tanto feelin´ en tan reducido espacio, me hace recordar el triste final de Freddie King.
Tras descansar un rato y recomponer la figura, razón por la cual me perdí a Nico Wayne Toussaint en la Plaza del Obispo (todavía sigo sin poseer el don de la ubicuidad), marchamos de nuevo al escenario principal donde los Suitcase Brothers, siempre dispuestos a mostrar el género, llamaban a una clientela que no tardó en concentrarse bajo la carpa.
Y llegó el gran momento de disfrutar de la terna de grandes maestros Sumlin-Smith-Margolin, a los que acompañó con su contrabajo el valenciano Paco Rubiales al que, a pesar de ser muy consciente de la responsabilidad, no le tembló el pulso e incluso se lució con un solo muy movido cuando Bob Margolin le dio pié a ello. Antes de que Hubert Sumlin hiciera su aparición, tanto Margolin como “Big Eyes” Smith se cantaron un par de temas y este último se tocó un “Juke”, sentado tras la batería, que bien se nota conoce a la perfección. Para cuando el maestro Sumlin se sumó al combo, el tren, que ya caminaba a buen paso, aceleró para seguir recorrido por los clásicos de las bandas de Muddy Waters y Howlin´Wolf.
De Hubert Sumlin me sorprendió, como a todos, la gran vitalidad que demuestra a pesar de su edad y de los graves problemas de salud que ha arrastrado en los últimos años. Con la guitarra dio buena muestra de ese estilo saltarín y juguetón tan característico y con la voz estuvo infinitamente mejor de lo que yo esperaba (no es ningún secreto que ese nunca fue su fuerte). No faltaron “My baby”, “Rockin daddy” y “Killing floor”, temas habituales de su repertorio y a pesar de que rompió una cuerda de su “Gold top”, que tuvo que cambiar él mismo, esto no interfirió demasiado en el desarrollo del concierto, porque ahí estaba Bob Margolin para tomar el timón y guiar la nave cerca de la orilla, de modo que el venerable Hubert pudiera subir de nuevo a ella en cuanto estuviera preparado. Y es que el bostoniano desempeñó con su habitual eficacia el papel de “bandleader” y fue la correa de transmisión entre el resto de los músicos de la banda. Si señor: Mr. Margolin demostró nuevamente ser uno de los músicos más grandes del género y probablemente el que más arraigado tiene el espíritu del blues chicaguero, de todos los blancos que han practicado este estilo. Sinceramente pienso que la actuación de estas leyendas a nadie pudo defraudar…estuvo llena de emoción y sobre todo, de Blues del bueno. Al finalizar, los que tuvimos acceso al backstage, pudimos comprobar cómo estos catedráticos del sonido chicaguero, seguían siendo las mismas personas cercanas y entrañables dispuestas a la foto, el apretón de manos y la felicitación (aunque fuese en un balbuceante inglés), con las que habíamos compartido mesa y mantel.
La que desde luego no pareció la misma fue Janiva Magness, pues si hasta ese momento se mostró como una mujer de lo más encantadora, fue pisar las tablas del escenario y transfigurarse en un torbellino de vitalidad y energía desmedida. Un huracán de la máxima potencia dispuesto a arrasar a un público que quizá no la conocía, pero que os aseguro ya no la olvidará. Extraordinaria la compenetración con sus músicos, excepcionales todos ellos, aunque inevitablemente fuesen el joven guitarrista (del que lamento no recordar el nombre, porque era un hacha de cuidado) y el teclista los que más destacaran. Con un show basado en su último disco “Do I move you?” y en el que no faltaron temas de su discografía anterior como “Matchbox”, la Magness demostró por qué es una de las damas mejor consideradas por sus compañeros de profesión. La picardía (cuando no directamente la sensualidad más caliente) estuvo por supuesto muy presente y más todavía cuando Bob Margolin, con el que mantuvo una complicidad de lo más estrecha, subió hacia mitad de la actuación y no se bajó hasta el final. La versión que acometieron juntos del “Good Morning Little School Girl” de John Lee “Sonnyboy” Williamson, es de lo más provocativo y “sinvergüenza” que he visto nunca. Sin embargo, la imagen que se me quedó grabada y con la que creo que le daré la barrila a mis nietos, se produjo cuando los focos bajaron y dejaron en penumbra a la banda, mientras su figura, enmarcada por la iluminación azulada al borde mismo del escenario, cantaba con esa voz desgarradora “You were never mine”. Os aseguro que al día siguiente, tuve agujetas en los músculos de erizar el vello.
Cuando finalmente aquello acabó y Miss Janiva recobró de nuevo su encantadora personalidad, dispuesta a firmar tantas fotos y discos como fuese oportuno…yo era el charco más feliz de los que había en el suelo. De los dos besos suyos que conseguí, nada diré, salvo que desde entonces me ducho con escafandra.
Andando a dos palmos del suelo, llegué a la Jam “Fin de Fiesta” del Pub Uxoa, cuando esta llevaba ya un buen rato funcionando. Decir que los que tuvimos la suerte de participar, aunque fuese poquito, disfrutamos como enanos y que el ambiente era como tiene que ser, tratándose de una fiesta bluesera. Como siempre, fue una pena que algunos se quedaran con las ganas de subir, pero qué se le va a hacer. El colofón lo puso una banda improvisada en la que al menos recuerdo a Mingo Balaguer, Fernando Torres, Txus Blues y Jose Bluefingers, los hermanos Puertas, el gran Paco Rubiales y el guitarrista y el batería de Janiva Magness, a los que todavía les quedaban ganas.
Tras apurar los últimos tragos frente al mar, con Hendaya al fondo, me fui despidiendo de los últimos rezagados, en la mayoría de casos con un esperanzador: “nos vemos en Cazorla”. Camino del Hotel, iba pensando que la salud del Blues no puede ser tan mala como algunos se empeñan en mantener. Al fin y al cabo, este pedazo de Festival, no es ni el primero ni el último de los grandes eventos blueseros de este año y me consta que ya se trabaja en la III Edición.
Solo una espina me quedó clavada: en todas las veces que tuve el micrófono en mi poder, quise recordar al recientemente desaparecido Carey Bell, pero por una cosa o por otra no pudo ser. Así que esta modesta crónica, va para él.