La humedad que saturaba el aire aquel bochornoso atardecer del verano de 1973, actuaba como un adhesivo de primera para el calor y mantenía su culo pegado al asiento tras el mostrador del Chicago´s Jazz Record Mart. Había pasado un buen rato desde que el último cliente traspasó la puerta sin realizar compra alguna y en condiciones normales, ya debería de haber iniciado los trámites para echar el cierre. Pero presa del perezoso sopor, la sola idea de barrer la tienda se le figuraba una tarea titánica. Aún así reunió todas sus fuerzas para dejarse caer del taburete y arrastrando cansinamente los pies se dirigió al rincón donde, desafiante, le aguardaba la escoba. Ya casi la tenía en su mano, cuando el cascabeleo del teléfono le sacó del letargo y cambió sus planes en el último instante. Descolgó el aparato y su “¿Dígame?” se diluyó en el mismo estrepitoso fondo que ahogaba las palabras de su excitado interlocutor: “Hola…soy…en el Flamingo…tío…oír esto…”.
Sin más explicación, la línea fue ocupada por un torrente de furiosas notas vertiginosamente encadenadas al amparo de una contundente sección rítmica, que sólo se interrumpía para que una voz descarnada y cargada de apremio, cantase originales estrofas en las que algunos versos parecían metidos con un calzador. De entrada, aquello le sorprendió. Creía saber de todos los bluesmen activos de la ciudad, pero no consiguió relacionar aquel sonido rudo y directo, a medio camino entre el estilo tosco y rudimentario de Hound Dog Taylor y el incendiario virtuosismo de Luther Allison, con ninguno de sus conocidos. Quienquiera que fuese, sonaba totalmente nuevo y esto, para alguien que creía que el panorama bluesístico necesitaba de un buen meneo para no anclarse en una reiterada repetición de estándares, más que atractivo era inevitablemente cautivador. Así que, en cuanto la banda dejó un resquicio al otro extremo del hilo, a voz en grito formuló la pregunta que había estado rondando su cabeza durante los últimos diez minutos: “¿Quién coño es ese tipo?…”
Cuando pronunció estas palabras no podía imaginar que, en buena medida, él mismo era responsable de que esa noche en el Club Flamingo, un mocetón a punto de cumplir 31 años llamado Son Seals, interpretase el Blues con una contundencia rayana a la brutalidad, que llevaba años madurando y que había comenzado a forjar desde la cuna. La literalidad de esta afirmación es difícilmente discutible si tenemos en cuenta que Frank “Son” Seals nació (el 13 de Agosto de 1942) en la parte trasera de”The Dipsy Doodle”, el Juke Joint que su padre regentaba a las afueras de Osceola (Arkansas) y que era famoso en los alrededores, por el Blues que se ofrecía en la parte delantera y las partidas de dados que se montaban en la trastienda.
Las partidas no se qué tal serían, pero desde luego el Blues debía ser de campanillas porque el viejo Jim Seals (un músico retirado que podía presumir de haber acompañado a las matronas del Blues, Ma Rainey y Bessie Smith, formando parte de “The Rabbit Foot Minstrels”) mantenía buenas relaciones con las grandes figuras de la época y podía permitirse contratar para su garito a lo más granado del género. Y claro, el pequeño Frank, que dormía en una de las habitaciones contiguas al local, en lugar soñar arrullado por nanas o canciones infantiles, lo hacía con los blueses que interpretaban personajes como Sonny Boy Williamson II, Robert Nighthawk o Joe Hill Louis. No es exagerado afirmar, por tanto, que Son Seals conoció el Blues antes de aprender tan siquiera a caminar. En este ambiente, el que despertase su vocación musical era sólo cosa de tiempo…y no mucho. Mientras los otros chavales gastaban sus energías en perpetrar las trastadas propias de la edad, él invertía las suyas en aporrear la batería con tan buena maña, que a los 13 años solía acompañar a los bluesmen que desfilaban por el establecimiento paterno.
Esto le permitió codearse durante su infancia y adolescencia con algunas de las grandes leyendas del Blues del Delta, como el citado Nighthawk, y también con jóvenes valores en alza como Albert King y Earl Hooker. Sin embargo, Seals siempre señaló a su padre (que tocaba dignamente piano, guitarra, trombón y batería) como su principal influencia: “Mi padre me enseño a tocar desde el principio. Desde cómo afinar la guitarra, a cómo pulsar las cuerdas” – recordaba- “Mientras yo quería hacer riffs arriba y abajo enseguida, él me tenía todo un día tocando el mismo acorde, hasta que fuese capaz de recordarlo en sueños. Al día siguiente, al coger la guitarra y tocar, ese acorde salía perfecto”.
Hacía 1959, su dominio de la guitarra ya le permite encabezar una banda de ámbito local, cuatro noches por semana en el “Chez Paris Club” de Little Rock (Arkansas) y los fines de semana se coloca tras la batería para acompañar a quienquiera que actúe en el negocio familiar. En 1963 realiza un primer viaje a Chicago para visitar a una de sus hermanas y se encuentra allí con su viejo amigo Earl Hooker, que le propone encabezar a sus “Earl’s Roadmasters” y abrir el show para él. Pero tras seis meses, decide regresar a Little Rock y retomar su propio grupo.
En 1966 Albert King, otro viejo amigo de la familia, da con él en la capital de Arkansas y le propone unirse a su banda para una gira por California, esta vez como batería. Frank acepta y poco después participa en el mítico disco “Live wire/Blues power”, que se graba en el Fillmore West de San Francisco. Sin embargo, el delicado estado de salud de su padre le obliga a regresar a Osceola y durante los siguientes cuatro años se limitará a actuar regularmente en clubs de la zona, como el “Blue Goose” y el “Harlem”.
Cuando Jim Seals fallece en 1971, Frank decide trasladarse definitivamente a Chicago e instalarse cerca de su hermana, en el South Side de la ciudad. Una vez allí, se mueve por clubs como el “Psychodelic Shack”, donde suele coincidir con veteranos como Buddy Guy, Junior Wells, James Cotton y Hound Dog Taylor. Este último publicará ese mismo año el que será su primer disco, “Hound Dog Taylor & The Houserockers”, gracias al empeño, tesón y entusiasmo de un joven empleado de Bob Koester que, al no convencer al jefe de la compañía Delmark para que se haga cargo del proyecto, funda por su cuenta un pequeño sello discográfico, con el único fin de que el disco vea la luz. Contra todo pronóstico, el álbum es todo un éxito y recibe elogiosas críticas por parte de la prensa Rock. El “Sabueso” iniciará entonces una actividad frenética, prodigándose en escenarios pequeños y grandes, del Blues y del Rock, que le mantendrá alejado del circuito de clubes del South y West Side, del que fuera un habitual durante más de 15 años. Esto supondrá un espaldarazo decisivo para la carrera de Son Seals que, siempre atento a la jugada, ocupará alguno de los huecos dejados por Taylor. Primero como “bluesman residente” en el “Expressway Lounge” y posteriormente como fijo en la noche de los jueves en el “Flamingo”.
En una de sus primeras apariciones en este local, la fortuna quiere que entre el público se encuentre Wesley Race, un entusiasta del Blues con buenos contactos y mejor oído, al que no le hace falta mucho para darse cuenta de las posibilidades del muchacho. En el momento álgido del show, Race deja su lugar junto al escenario para dirigirse hacia el teléfono. Sabe perfectamente a quien debe llamar, pero por más que busca, no encuentra su maldita tarjeta en la cartera. Cuando está a punto de claudicar, da con ella. Bajo la tosca imagen de un caimán que emerge de una charca, garabateados con trazo firme, se leen un número telefónico y el nombre del tipo en cuestión. El mismo tipo que a esas horas lucha contra la modorra en el Chicago´s Jazz Record Mart y que responde al nombre de Bruce Iglauer.
Pocas semanas después, el joven propietario de Alligator Records (y por entonces, su único empleado) asistirá a una de estas sesiones. Tras probar el género que Son Seals despacha, cualquier atisbo de duda desaparece: ha de grabar a ese fenomenal bluesman, conservando al máximo la feroz intensidad que derrocha sobre el escenario. Cuando al finalizar el show le explique sus intenciones, el entendimiento entre ambos será inmediato y enseguida pondrán manos a la obra para alumbrar, antes de acabado ese año, “The Son Seals Blues Band”, tercer Lp del catálogo de Alligator y primero de los 8 que Son registrará para el sello del cocodrilo. Grabado totalmente en directo en los “Sound Studios” de Chicago, en tan solo dos noches y con una producción austera, por no decir inexistente, el álbum refleja fielmente su talento como compositor (7 de los 10 cortes son suyos), su vehemencia como cantante y la generosidad con la que arranca quejidos a su guitarra barata (una Montgomery Ward modelo Norma, para más señas) que parecen causados por un punzón oxidado. Al acostumbrado acompañamiento de John Riley al bajo y Charles L. Caldwell a la batería, se suma el teclista Johnny “Big Moose” Walker, en lo que es la única variación con respecto a su formación habitual.
Gracias a la difusión y buena acogida del disco, su actividad se disparará. De martes a jueves se le puede ver en el “Queen bee´s” del South Side y los fines de semana recorre los colegios, universidades, clubes y festivales que demandan su presencia por todo el país. Actuar 6 noches por semana, será una constante a partir de entonces.
El ascenso espectacular de su carrera culmina en 1977, cuando edita su segundo trabajo, “Midnight Son”. Es este un disco de producción más cuidada en el que le acompaña una banda más numerosa a la que, por deseo expreso de Seals, se suma una sección de vientos. El Lp es aclamado por la crítica que lo califica como “uno de los más significativos discos de Blues de la década” (Rolling Stone) y Robert Palmer escribe en The New York Times que “Son Seals es el guitarrista y cantante joven más excitante de los últimos años”. Con este respaldo, se abren nuevos horizontes para el bluesman de Arkansas. Sus giras son constantes por todo EE.UU. y comienza a aparecer en los festivales europeos, de los que será asiduo en los siguientes años. Un buen ejemplo de su éxito es que, en una época en la que la música disco se impone por doquier, la marca de cerveza “Olympia” le propone a él, un bluesman de la “nueva hornada”, que protagonice un spot televisivo que se emitirá a nivel nacional.
Alejado de Chicago la mayor parte del tiempo, cuando regresa a la ciudad no es para tomar vacaciones precisamente. Sigue apareciendo regularmente en el “Queen bee´s”, cuando no en el “Wise Fools Pub”, un local con capacidad para 200 personas situado en la zona Norte, donde se encuentra especialmente cómodo. Es allí donde en 1978 grabará su primer disco en directo, “Live & Burning”, en el que al incendio que provoca con su guitarra, no hacen más que echarle gasolina los A.C. Reed (saxo), Lacy Gibson (guitarra), Alberto Gianquinto (piano), Snapper Mitchum (bajo) y Tony Gooden (batería), que forman su banda para la ocasión.
“Chicago Fire” (1980) y “Bad Axe” (1984), repletos de temas propios, resaltan nuevamente su talento como compositor y aunque conserva intacto su poderío como cantante y guitarrista, una producción cada vez más trabajada atempera sensiblemente el “salvajismo” de sus primeros discos. No obstante, gana por el segundo de ellos el “W.C. Handy” al Mejor disco de Blues Contemporáneo. Sin embargo, su Blues aderezado con dosis variables de Funk y R&R siempre electrizantes, no cuaja entre el nuevo público que se acerca al género de la mano de jóvenes virtuosos como Stevie Ray Vaughan y Robert Cray.
Paradójicamente, el bluesman que adquirió notoriedad en una época nada propicia para ello, como la década de los 70, va siendo paulatinamente relegado a un segundo plano cuando el Blues resurge con fuerza. A ello contribuye un desgraciado accidente ferroviario, que diezma su banda durante una gira por Escandinavia y su distanciamiento con Iglauer, que le mantendrá alejado de los estudios durante una buena temporada.
Superadas estas diferencias, retomará su carrera discográfica en 1991 con “Living in the Danger Zone”, un disco fiel a su estilo y en el que se muestra en buena forma. Le seguirá en 1994 “Nothing but the truth”, álbum en el que rinde homenaje a algunos de sus maestros e influencias (Albert King, Hound Dog Taylor) y en el que le acompañan sólidos músicos como Johnny B. Gayden, David Russell y Dan Rabinovitz. “Spontaneous Combustion”, su último disco para Alligator, registra varios fragmentos de sus actuaciones en el “Buddy Guy´s Legends” entre los días 20 y 22 de Junio de 1996, en los que sus intervenciones guitarrísticas siguen mereciendo el calificativo de inflamables y Seals demuestra su poderío, a pesar de los años. Es por aquel entonces cuando Bill Clinton (que fue gobernador de Arkansas antes que Presidente de los EE.UU.) lo invitará a actuar en la Casa Blanca en un par de ocasiones, en lo que será uno de los máximos reconocimientos a su trabajo.
Sus últimos años no estuvieron exentos de contratiempos. Al incendio que convirtió la mayoría de sus pertenencias en carbonilla y al robo de una buena parte de sus preciadas guitarras, hay que sumar los dos tiros que le descerrajó en la mandíbula la madre sus 14 vástagos y futura ex-esposa. Aunque se recuperó con éxito de este desgraciado episodio, acaecido en 1997, dos años después entrará de nuevo al quirófano, esta vez para que le sea amputada la pierna izquierda a causa de la Diabetes que padecía desde hacía años. Esto no será obstáculo para que en 2000 lance “Lettin´Go”, editado esta vez por Telarc y con el que gana el “W.C. Handy Blues Award” al mejor disco de Blues tradicional, a pesar de que sus facultades no son ni mucho menos las de antaño. Destaca en este disco la participación de dos personajes que siempre reivindicaron su figura: Trey Atanasio, que no solo revisó el tema “Funky bitch” con su grupo Phish, sino que además presentó al bluesman ante auditorios multitudinarios y el escritor Andrew Vachss, rendido admirador suyo, que incluso hizo aparecer fugazmente a Seals en alguna de sus novelas policíacas y que co-escribe dos de las canciones del disco. Tras una última aparición pública dos meses antes, la Diabetes pondrá fin a sus días el 20 de Diciembre de 2004.
Vachss le rendirá homenaje dedicando a su memoria la novela “Mask Market”.
– Artículo publicado en el Nº 9 de la SBB Blues Magazine–