Nadie mejor para inaugurar nuestra nueva columna de opinión que Lucky Tovar, una de las figuras más activas del país. Desde su CASAGRANDE, mítico garito de blues de Sevilla, la inquieta mente de Lucky ha tratado de mantener vivo el blues y no ha parado hasta hacer realidad su sueño de hacer un festival. Si alguien sabe lo que es una minoría en el mundo del blues es él.

Gracias Lucky.

CONCIENCIA DE MINORÍA:

La sociedad blanca estadounidense acuñó el término “funk” para describir, de modo peyorativo, el olor peculiar de los negros y estos consiguieron darle la vuelta, convirtiendo un insulto en todo un hecho diferencial positivo. “Soy negro y estoy orgulloso de serlo”, que diría James Brown. Forma parte de la historia de quienes tuvieron que aprender a quejarse sin protestar, a cantar sus penas riendo y bailando mientras lo hacían. A veces he llegado a pensar que aquello de “más moral que el Alcoyano” o lo del “manque pierda”, también recogieron algodón.

A menudo me encuentro con aficionados que se quejan, amargamente a veces, de que el blues no se mueva por conductos de proyección generales: que si lo poco que se ve en la tele lo ponen a horas intempestivas, que si los escasos programas de radio son tratados como al hermano pequeño de las parrillas… Afirmaciones todas que no dejan de ser ciertas, pero que deberíamos aprender a esgrimir como parte esencial de los motivos por los que nos gusta el blues. Formamos parte de uno de esos colectivos capaces de valorar el hecho de que haya quien nos llama “raros”, sin darse cuenta de que el mejor sinónimo de “raro” es “especial”. No sé vosotros, pero yo me echaría las manos a la cabeza si oyera sonar un auténtico blues en Los 40 Principales, pero que conste que esto no lo digo como el típico fundamentalista que, con cierto carácter xenófobo, se empeña en seguir manteniendo el blues para unos cuantos guardianes de gustos ancestrales, sino como alguien que odiaría ver al blues manipulado por cuatro discográficas multinacionales y presentado por un puñado de chicos y chicas de voces cantarinas y conocimientos limitados a las cifras de ventas. Todos vemos lo que la llamada “lucha de audiencias” puede hacer con un buen producto, haciéndolo caer en la chabacanería más corralera para contentar a la masa.

El tarro pequeño donde se dice, muy acertadamente, que se guardan las mejores esencias, debería permanecer abierto, para ser olfateado por cuantos quieran acercarse, pero no derramado de cualquier forma ni sobre cualquier superficie. Más que quejarnos de nuestra condición de minoría, deberíamos tomar conciencia de ella y mostrarla con el orgullo de ser únicos en nuestra especie y aún así, sin peligro de extinción. Alguien dijo en una ocasión que la mejor manera de protestar contra una norma, es acatarla a rajatabla, pues así, si la norma es tan injusta como nos parece, tarde o temprano saltará y si nunca lo hace, será señal de que tal vez no lo sea. No se trata de una romántica postura conformista, ni siquiera de un intento de lucha pasiva, sino más bien de recordar aquella mítica capacidad de quienes crearon el blues para aprovechar las críticas de los ajenos y así, en un ejercicio de auténtico judo social y cultural, poder decir “somos minoría y estamos orgullosos de serlo”.