A veces no es fácil un comienzo. Y un final puede ser más difícil aún.
Todo empezó un sábado por la noche, lo cual tampoco es extraño. Un sábado es un día de sucesos. En Nueva York el piano de Sam Price y la voz de Perline Ellison con “Razor Totin’ Mama” me hizo sentir inmortal. Pensé que el blues era una música que había existido desde la noche de los tiempos y que todos aquellos adjetivos que le querían definir eran trampas al lenguaje musical. ¿Existe alguna otra música que te golpee el corazón? Mi conciencia me dijo que no, que podía haberla, pero que yo solo veía una. “You’re A Fool” me gritaba Willie Mabon en un aparte y tenía razón, aunque luego interpretara “Cold Chilly Woman”. Como hermanos, eso sentí.
Hacía unos días que Big Joe Turner acompañando a Pete Johnson me había sorprendido con un primer R&R, “Rebecca”. ¡Qué tiempos! y había más. Yo me sentaba en la mesa más apartada del escenario y sabía que Turner cuando era camarero me servía el mejor whiskey de todo Missouri. Eso sí, con el “Blues In The Night”, ¡cómo hacía yo los coros!, me da un poco de vergüenza escribirlo, pero así era; luego Pete Johnson me daba unas palmaditas en la espalda al final de la actuación y yo me volvía ufano a mi casa.
Aún recuerdo de niño, cuando mi padre me llevaba algún sábado a ver partidos de baseball al Norte, y en Chicago estaba siempre, imperturbable, con su cara de no haber roto nunca un plato, Jimmy Yancey. No destacaba precisamente por su juego, pero cuando se sentaba delante del piano e interpretaba “The Fives” o “Yancey Stomp” parecía como si sus manos tuvieran la pelota y la arrojara y recibiera en el mismo instante.
Alguna vez que me desplacé más hacia el sur, reconozco mi asistencia a los barrelhouses de Arkansas, allí escuché el “Going Down Slow” a Roosevelt Sykes y mira que lo podía haber escuchado sin moverme de casa. Cuando Roosevelt tocaba “Dirty Mother For You” el griterío del público se multiplicaba. En una ocasión tuve que salir por patas pues ya se sabe que las armas las carga el diablo y no quería que ninguna bala apareciera cosida a mi cuerpo.
Luego, en casa, me resultaba complicado escuchar a Lil Johnson cantando “My Stove’s in Good Condition” ya que me la había prohibido mi madre, era muy religiosa y no permitía connotaciones sexuales ni en broma, y por mucho que sonara la guitarra de Broonzy y el piano de Myrtle Jenkins nada, la letra quedaba ahí, en la atmósfera del salón.
“And my stove is automatic, you don’t have to burn wood or coal
I got grasp your match baby, and stick right in the hole”
Y así salí yo, deseando escuchar a las 6 de la mañana, en un viejo disco de pizarra, a Leroy Carr con “Blues Before Sunrise” y “Midnight Hour Blues”. Me acostaba al amanecer. Tal vez estaría ya borracho y no sería extraño. Bebía más de la cuenta y mi hígado se estremecía cada vez que tragaba algo de alcohol.
En un estado de medio vigilia mis oídos temblaban con la muy tenue trompeta de Frankie Newton y el piano de Sonny White así como con la voz impresionantemente triste de Billie Holiday, casi recitando “Strange Fruit”.
Southern trees bear strange fruit, árboles sureños pariendo fruta extraña
Blood on the leaves and blood at the root, Sangre en las hojas y en la raíz
Black bodies swinging in the southern breeze, Cuerpos negros meciéndose con la brisa del sur
Strange fruit hanging from the poplar trees. Fruta extraña colgando de los chopos
Me desperté sudoroso, escuchando aún las últimas palabras del sueño “Aquí hay una extraña y amarga cosecha”. No se si estaba enloqueciendo pero me revolví en el sofá y me incorporé. Maldita siesta. Necesitaba algo de música y conecté el reproductor. Ahí estaba, la canción que precisaba, “Black Cadillac” y a un Lightnin’ Hopkins en plena forma que me desperezara. Era sábado por la noche y no quería reproducir la recurrente película de la marmota. Mientras me servía un vitamínico con lúpulo me puse una canción de Henry Gray, “Mazotta boggie”; curioso pensé, la armónica es de un inglés llamado Paul Jones. ¿Qué coño pintará esta leyenda del blues británico tocando con esta leyenda del piano de Louisiana y Chicago? Cosas del destino.
Salí a la calle. Un viento fuerte soplaba interpretando “Worried Life Blues”. No os lo creeréis, pero los sonidos de la naturaleza son blues. Mi siquiatra me aconseja prudencia, que no escriba ni diga todo lo que pienso, solo a él. Luego ya veremos, pero me salto las normas. Las normas están hechas para otro tipo de gente. Seguí andando, buscando mi refugio. Mi refugio temporal de este sábado. “Bright Lights, Big City”, seguía reproduciéndose en mis oídos la versión de Henry Gray.
El viento me entraba por todos los poros y deseaba encontrar una barra tranquila, sin casi parroquianos y pasar un rato pacífico. Luego volvería a casa y tendría que preparar mi trabajo del lunes. Me tropecé con el primer garito que había al doblar la manzana. Muy de cuando en cuando entraba pero hoy era la noche de volverlo a hacer.
La música me agudizó los oídos. La voz y la armónica de Sammy Myers sonaban reverberando en las paredes del local, tranquila, pausadamente. “Since We’ve Been Together”, pensé indolentemente mientras me dejaba llevar por Sammy y Anson Funderburgh con sus Rockets. Y a continuación dejaron “I’m Your Professor” con ese pìano que destaca siempre por debajo, pero destaca, del resto del sonido de la banda. Aventuré que lo poco de noche de sábado que tenía lo iba a disfrutar. Lo que nunca podía imaginar es que iba escuchar esta música en un local de copas de mi barrio. Y de pronto sonó, no me lo podía creer. Yo sentado, mirando a un espejo que reflejaba el hastío de los clientes, los pocos que aún pensábamos que un bar era para algo más que para permanecer. Una especie de cenizo que tenía a mi derecha empezó a tararear algo parecido a una canción de mi juventud que interpretaban Shockin’ Blue, un grupo belga, y se llamaba “Venus”. Pero he aquí que lo que empezó a sonar a volumen más alto que lo anterior era “Los Bares” de Txus Blues y Jose Bluefingers. Eso sólo es de coleccionista, un Vega Sicilia del blues en español. Mientras se oía “….los bares, oh baby los bares, cuando entras nunca sabes cuando sales…..cuando entras nunca sabes como sales” Miré a ambos lados y no distinguí ninguna presencia femenina, quizás no era el sitio adecuado para que una mujer estuviera perdiendo el tiempo viendo el aburrimiento ardiente y vago de unas pocas ratas de pub. Llamé al dueño, o quien yo imaginé que lo era. Un tipo patibulario, con pinta de no haber hecho nada en su vida, excepto haber robado la cartera a todo aquel cliente que se le hubiera cruzado camino de los retretes, que por cierto estaban más sucios que los dedos gordos de un ciclista tras la etapa de Alpe D’Huez.
En el último momento le dije que no pasaba nada, que estaba un poco sorprendido de la música que sonaba y que me disculpara pero que estaba algo nervioso, no había dormido bien. “La mona” murmuró entre dientes pero lo suficientemente claro para que no pasara desapercibido para mi y, levantando la voz, me respondió que ayer había entrado al mediodía un pobre hombre y que por tres cervezas y una ración de callos le había canjeado unos cuantos discos ya usados de una música que se llamaba “bluss” o algo parecido. Mientras hablaba, se escucharon unos aullidos de lobos. Estaba sonando “Cryin’ For The Moon”, de un guitarrista tejano heredero de Albert Collins, Smokin’ Joe Kubek. No me creí para nada su explicación. Algo turbio ocurría en ese antro zarapastroso, Prometí no volver y estaba a punto de tirar la toalla e irme a casa cuando se me encendió la bombilla.
En una esquina, tapado por dos clientes con cara de pocos amigos, una mezcla de El Fary y Pepe Navarro, reconocí a Edward the Revelator, un antiguo famoso músico que había hecho las delicias, no podía negarlo, de mis 16 años con su “Ponte de Culo” y que en los tiempos de marras que corrían había conseguido hacer un disparate. La insensatez de provocar el debate sobre si era lógico pagar un impuesto revolucionario por escuchar música, como si fuera un artículo de lujo, oiga. Me imagino la cara que habría puesto mi bisabuelo si le hubieran cobrado por tocar la bandurria cuando se situaba cerca de la Cava Baja para ganar unos reales. Miré fijamente al mindundi de mi derecha pues me pareció que yo había expresado mis pensamientos en voz alta. De todos modos no me hizo demasiado caso, bastante tenía con intentar sostenerse medianamente recto en el taburete de la barra.
Tal vez mi mente estaba un tanto obtusa pero quise comprobarlo. Pedí la cuenta sin querer irme aún. Me estaba deleitando con la música que propagaba el sucio aparato reproductor del local. Me cobraban el precio habitual más 20 euros de plus por haber estado escuchando música. Una sonora carcajada retumbó en el extremo donde se ubicaba Edward. A mí se me escapó otra carcajada y no pude pararla. Los dos asistentes que estaban pegados al relevante personaje de antaño me miraron con cara de pocos amigos.
Decidí irme, pero sonó “Baby, Scratch My Back” y no era Slim Harpo, eso si que me impresionó, era la versión que Roosevelt “Booba” Barnes hizo en su único disco, “The Heartbroken Man”, con su banda, “The Playboys”. Y Edward y sicarios seguían en su sitio. El siniestro dueño del garito puso a Long John Hunter “One Foot In Texas” y yo por fín me despedí poniendo el pie en el suelo. Los augurios no eran buenos. Allí se quedaron los depredadores de la música mientras que mis pasos se encaminaron a mi casa. No escribí nada nuevo. El trabajo pendiente quedó pendiente. Y al día siguiente, pensando entre las brumas del recuerdo confuso del sábado, deseé que esas canciones hubieran sido parte de un programa de blues en la radio. Afortunadamente hay locos que escuchan blues en una emisora o al menos eso me dijo esta mañana mi siquiatra cuando llegué a la consulta, le puse los cascos en los oídos y sin titubear le enchufé el “Watching You” de Luther Allison y, mientras se revolcaba en la moqueta de su gabinete, observé por una rendija de la puerta como Edward The Revelator aguardaba su turno, blandiendo un single en sus manos en el cual se leía “Ponte de culo”. Mi siquiatra me dijo que eso nunca lo haríamos.
Eso espero yo también.
Eugenio, 7 de abril de 2006